Nuestro sistema educativo conlleva una serie de incoherencias a raíz del “poder social”, que deriva de forma general en una diversa desigualdad escolar. A día de hoy la educación está declarada como un derecho humano universal que se ha de garantizar a todos los ciudadanos. No obstante, atendiendo a la funcionalidad de la demanda económica la enseñanza está dirigida a la preparación de personas para el desarrollo tecnológico-económico y los llamados mercados globalizados. Las escuelas tienden a priorizar los procesos selectivos sobre el propio papel de enseñanza, elaborando así sus estrategias de impulsar el mérito, la competitividad, la subordinación, etc. Estas ideas se potencian mediante sistemas de evaluación externa estandarizada bajo baremos de capacidad productiva, y con métodos de gestión comunes para un mercado, que relevan gradualmente la responsabilidad de los centros para evaluar el aprendizaje y aprovechamiento personal de la educación.
El sistema educativo, solapa el desarrollo de las competencias individuales con la clasificación personal a partir de certificados académicos que se convierten en requisito forzoso para competir en la demandada laboral. Es decir, las escuelas dedican su cometido más a certificar las aptitudes de los estudiantes, a su vez condicionadas por la posición social, cultural y familiar, que a educar y prosperar las capacidades humanas.
Por otro lado, contradiciendo la responsabilidad de formar en conocimientos, actitudes y valor cívico que capacite al alumnado para poder convivir en una sociedad transigente, nuestro sistema educativo se inclina por moldear una población dócil, ya que las calificaciones actuales tienen una relación más favorable con la obediencia que con la responsabilidad y aptitud social.
En nuestros institutos estamos creando ciudadanos que asumen su posición en una jerarquía de extremista desigualdad en salarios y derechos. Individuos que se atribuyen su éxito o fracaso escolar dejando de lado la realidad en la que las escuelas reproducen de forma inevitable un sistema de desigualdad.
A pesar que en las últimas generaciones han aumentado los años de escolaridad obligatoria como inversión en capital humano, no existe una correlación aparente con el aumento proporcional de los salarios o la calidad de vida.
Nunca antes los jóvenes tuvieron tanta formación escolar y nunca antes hubo tanta falta de empleos.
Referencias
Lolita, F. (2010, 10). ¿Generación perdida?. Rtve. Obtenido 10, 2010, de http://www.rtve.es/television/20111005/documentos-tv-generacion-perdida/466307.shtml
Lolita, F. (2010, 10). ¿Generación perdida?. Rtve. Obtenido 10, 2010, de http://www.rtve.es/television/20111005/documentos-tv-generacion-perdida/466307.shtml
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